Quizás la luz anaranjada y malva, que recorta los
atardeceres de abril; tras la inhiesta
casa de las Delicias fuese testigo acrisolado de la mañana de 1896, que sesgó
la vida de un joven Barrau. En un vapor, con destino la muerte.
Mientras Picasso pintaba su autorretrato, Cézanne
inmortalizaba el lago de Anney, o Visitación Aguado inundaba de la nueva luz
eléctrica la angosta e interminable calle Larga.
Lejos, muy lejos, donde Trajano encontró su nacimiento, casi
por decisión propia, como todo en su vida, Gómez Zarzuela descomponía en
girones de papel mojado ``Virgen del valle´´ dejando paso después a un roznido
estirado y vital, a mas agua, a llanto de su madre y del tiempo.
El cual puso esta marcha en la Plaza Mayor para los
``Azotes´´, que casualmente estrenaban ese lejano 1896, su nuevo y dorado
trono; la calle Larga, la vida, la muerte, una caja recortando el tambor, o el
cadencioso mecer de la flauta travesera, testigos indudables de la
desesperación y de la esperanza, o el
sol, que se levanta con la mano para quemar el horizonte, el fuego que arde y
no se consume, el flagelo y la espina o las lunas, siempre las lunas; todas las
lunas.
Cieza mirando sin tiempo, partiendo Cadenas con las manos,
desató lo gordiano, para que el Cid, supiera beber de los odres nuevos de una
Parra, que enmudece con el sabor de una noche de miércoles santo, asaetando
``Virgen del Valle´´ en los Mesones que saben a negro y rojo.
Y Chin Pum.
Higinio Morote
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