jueves, 8 de marzo de 2018

Nuestro Padre Jesús (Emilio Cebrián) - Esquina del convento por Antonio Jesús Hernández Alba


Multitud son las marchas que, desde que la primera banda de música acompañó a un paso en Semana Santa, se han compuesto para acompañar nuestras procesiones. Para que el lector se haga una idea, la base de datos de la plataforma “Patrimonio Musical” tiene recogidas unas 5.218 obras (incluyendo marchas originales para banda de música, adaptaciones y arreglos), todas ellas realizadas entre 1860 aproximadamente hasta el día de hoy. Sin embargo, en ese maremágnum musical, enclaustrado en las cinco líneas del pentagrama y escrito con sangre directamente del corazón, son pocas las marchas que han llegado al “Olimpo”, perdurando en la memoria del procesionista durante décadas.

Estas pocas escogidas, esos pilares fundamentales de la música procesional, son esas marchas que es difícil encasillar en un estilo o zona geográfica, pues son ya patrimonio de todos los cofrades, sin tener en cuenta nacionalidad o cofradía. Tanto es que, aunque a veces parecen eclipsadas por las modas que van surgiendo, se mantienen inalterables e inalteradas a través de los años. Incluso podríamos llegar a decir que sin sus acordes no sería Semana Santa.

En esta quinta cuaresma que escribo para este blog, quiero cambiar la tónica de mis artículos. No hablaré (casi) de sentimientos. Hablaré de una marcha y un lugar que parecen hechos la una para el otro, recuperando el espíritu de la idea original de este blog. También saldré en defensa de esas marchas que poco a poco van cayendo en el olvido y, sin embargo, bajo mi punto de vista, la Semana Santa sería menos Semana Santa sin ellas. Por eso comenzaba hablando de las grandes marchas de todos los tiempos, las altamente laureadas y, por el continuo uso, casi desgastadas y poco a poco descatalogadas. Virgen del Valle, Cordero de Dios, El Héroe Muerto… todas ellas forman parte del listado de peligro de extinción (prueba de ello es que, en este blog, nunca se ha hablado de éstas), pero no son estas las elegidas para hablar en esta ocasión (de la cual tampoco se ha hablado nunca en este foro).

La marcha de la que vengo a disertar es el himno del Viernes Santo en la Mañana, el canto de una corneta hecho partitura, el Vía-Crucis convertido en música. Tan sólo escuchar su primer acorde, la realidad se desvanece en nuestra consciencia y la mente nos transporta a la Mañana de las Mañanas: a la Procesión del Penitente, con la dorada Cruz del Nazareno reluciendo al Sol pasional. “Nuestro Padre Jesús” de Emilio Cebrián.
Marcha sobre motivos andaluces indica el autor bajo el título, dedicado a Nuestro Padre Jesús Nazareno “El Abuelo”, Señor de la Madrugá Jiennense. Y no miente. Los motivos melódicos, las armonías, toda la marcha respira esencia andaluza, hasta el punto de incluir parte del “Himno a Jaén” (obra del mismo Cebrián) como contracanto al trío. Sin embargo, hace mucho que dejó de ser patrimonio exclusivo de Jaén, que en la noche del Jueves al Viernes Santo late a su son, para convertirse en la perfecta descripción musical de Jesús con la Cruz a Cuestas, sin importar el lugar por el que camine.
Es esta una composición llena de fuerza, que describe el pesado caminar del Nazareno bajo el peso de la Cruz, con el asfixiante sol de la mañana primaveral que lo vio morir. Su tutti central es una de esas bandas sonoras antológicas que todo cofrade sabe tararear. El potente uso de los metales, combinado con las delicadas intervenciones de las maderas la convierten en un modelo a seguir por cualquier compositor cofrade que se precie. Todo ello, en nuestra ciudad de Cieza, sólo puede tener un escenario. Debe sonar en un lugar donde la tradición y la modernidad se fundan, un lugar con una larga historia a sus espaldas y con mucha historia por escribir, no tan cerca del arranque de la carrera para no hacerla pesada prematuramente y no tan avanzado el recorrido que el cansancio haga insoportable el peso añadido de esta marcha. Además, debe ser un lugar amplio, que pueda albergar toda la intensidad de la obra y donde luzca el sol con fuerza, para recalcar más su sentido. Sólo hay un lugar que cumpla todos estos requisitos: la Esquina del Convento.

Para mí, escuchar esta marcha significa volver a la niñez, a aquella época en que el sonido de las puertas de persiana de “La Cochera” hacía que saltara del sofá para plantarme en la calle Cánovas del Castillo; a esa época en que, sin móviles ni internet, había que hacer copias de las cintas de casette de marchas y de las grabaciones del Telered para no destrozarlas al rebobinarlas mil veces; a esa época en que el repertorio musical se reducía a las composiciones de Gómez Villa la noche de Miércoles Santo, las cornetas secas de los armaos, a Mektub, Mater Mea y Pescador de Hombres en el Santo Entierro y a Nuestro Padre Jesús la mañana de Viernes Santo. Es precisamente a una imagen de una vieja grabación en VHS de Telered a la que me remite esa marcha, pues con esa grabación aprendí el nombre de una de las grandes marchas de la historia. Procesión del Penitente de 1996, Esquina del Convento: La Flagelación (si, los Azotes salían Viernes) hacía su entrada a la popular plaza con el tutti central de esa marcha y mi Padre me decía: Esa que suena es “Nuestro Padre Jesús”.



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