Multitud son las
marchas que, desde que la primera banda de música acompañó a un paso en Semana
Santa, se han compuesto para acompañar nuestras procesiones. Para que el lector
se haga una idea, la base de datos de la plataforma “Patrimonio Musical” tiene
recogidas unas 5.218 obras (incluyendo marchas originales para banda de música,
adaptaciones y arreglos), todas ellas realizadas entre 1860 aproximadamente
hasta el día de hoy. Sin embargo, en ese maremágnum musical, enclaustrado en
las cinco líneas del pentagrama y escrito con sangre directamente del corazón,
son pocas las marchas que han llegado al “Olimpo”, perdurando en la memoria del
procesionista durante décadas.
Estas pocas
escogidas, esos pilares fundamentales de la música procesional, son esas marchas
que es difícil encasillar en un estilo o zona geográfica, pues son ya
patrimonio de todos los cofrades, sin tener en cuenta nacionalidad o cofradía.
Tanto es que, aunque a veces parecen eclipsadas por las modas que van
surgiendo, se mantienen inalterables e inalteradas a través de los años.
Incluso podríamos llegar a decir que sin sus acordes no sería Semana Santa.
En esta quinta
cuaresma que escribo para este blog, quiero cambiar la tónica de mis artículos.
No hablaré (casi) de sentimientos. Hablaré de una marcha y un lugar que parecen
hechos la una para el otro, recuperando el espíritu de la idea original de este
blog. También saldré en defensa de esas marchas que poco a poco van cayendo en
el olvido y, sin embargo, bajo mi punto de vista, la Semana Santa sería menos
Semana Santa sin ellas. Por eso comenzaba hablando de las grandes marchas de
todos los tiempos, las altamente laureadas y, por el continuo uso, casi
desgastadas y poco a poco descatalogadas. Virgen del Valle, Cordero de Dios, El
Héroe Muerto… todas ellas forman parte del listado de peligro de extinción
(prueba de ello es que, en este blog, nunca se ha hablado de éstas), pero no
son estas las elegidas para hablar en esta ocasión (de la cual tampoco se ha
hablado nunca en este foro).
La marcha de la
que vengo a disertar es el himno del Viernes Santo en la Mañana, el canto de
una corneta hecho partitura, el Vía-Crucis convertido en música. Tan sólo
escuchar su primer acorde, la realidad se desvanece en nuestra consciencia y la
mente nos transporta a la Mañana de las Mañanas: a la Procesión del Penitente,
con la dorada Cruz del Nazareno reluciendo al Sol pasional. “Nuestro Padre
Jesús” de Emilio Cebrián.
Marcha sobre motivos andaluces indica el autor
bajo el título, dedicado a Nuestro Padre Jesús Nazareno “El Abuelo”, Señor de
la Madrugá Jiennense. Y no miente. Los motivos melódicos, las armonías, toda la
marcha respira esencia andaluza, hasta el punto de incluir parte del “Himno a
Jaén” (obra del mismo Cebrián) como contracanto al trío. Sin embargo, hace
mucho que dejó de ser patrimonio exclusivo de Jaén, que en la noche del Jueves
al Viernes Santo late a su son, para convertirse en la perfecta descripción
musical de Jesús con la Cruz a Cuestas, sin importar el lugar por el que
camine.
Es esta una composición
llena de fuerza, que describe el pesado caminar del Nazareno bajo el peso de la
Cruz, con el asfixiante sol de la mañana primaveral que lo vio morir. Su tutti
central es una de esas bandas sonoras antológicas que todo cofrade sabe
tararear. El potente uso de los metales, combinado con las delicadas
intervenciones de las maderas la convierten en un modelo a seguir por cualquier
compositor cofrade que se precie. Todo ello, en nuestra ciudad de Cieza, sólo
puede tener un escenario. Debe sonar en un lugar donde la tradición y la
modernidad se fundan, un lugar con una larga historia a sus espaldas y con
mucha historia por escribir, no tan cerca del arranque de la carrera para no
hacerla pesada prematuramente y no tan avanzado el recorrido que el cansancio
haga insoportable el peso añadido de esta marcha. Además, debe ser un lugar
amplio, que pueda albergar toda la intensidad de la obra y donde luzca el sol
con fuerza, para recalcar más su sentido. Sólo hay un lugar que cumpla todos
estos requisitos: la Esquina del Convento.
Para mí, escuchar
esta marcha significa volver a la niñez, a aquella época en que el sonido de
las puertas de persiana de “La Cochera” hacía que saltara del sofá para
plantarme en la calle Cánovas del Castillo; a esa época en que, sin móviles ni
internet, había que hacer copias de las cintas de casette de marchas y de las
grabaciones del Telered para no destrozarlas al rebobinarlas mil veces; a esa
época en que el repertorio musical se reducía a las composiciones de Gómez
Villa la noche de Miércoles Santo, las cornetas secas de los armaos, a Mektub,
Mater Mea y Pescador de Hombres en el Santo Entierro y a Nuestro Padre Jesús la
mañana de Viernes Santo. Es precisamente a una imagen de una vieja grabación en
VHS de Telered a la que me remite esa marcha, pues con esa grabación aprendí el
nombre de una de las grandes marchas de la historia. Procesión del Penitente de
1996, Esquina del Convento: La Flagelación (si, los Azotes salían Viernes)
hacía su entrada a la popular plaza con el tutti central de esa marcha y mi
Padre me decía: Esa que suena es “Nuestro Padre Jesús”.
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