miércoles, 16 de marzo de 2016

El Evangelista (José Vélez) - Calle Cánovas del Castillo

El Evangelista (José Vélez) con la Dolorosa en la Calle Cánovas del Castillo Por José Centeno

Sin duda, una de las razones fundamentales para que a muchos nos cautive tanto la Semana Santa es esa singular fusión de lo que recogen nuestros sentidos con los sentimientos que eso nos provoca. Así, cuando estamos participando de una u otra forma de una de nuestras procesiones, se reúne de una manera única lo que ven nuestros ojos, lo que escuchan nuestros oídos y lo que siente nuestra alma. Y luego, al rememorar esos momentos tan especiales, es difícil separar esas imágenes de los sonidos que las acompañaban y los sentimientos que despertaron, y todo queda ligado como una sola realidad indivisible.

En algunos ocasiones especiales, unas veces por causas que nos resultan muy evidentes y otras sin que podamos encontrar razón concreta, se produce con una especial intensidad esta conjunción particular de imaginería, marchas procesionales, rincones de Cieza y sentimientos profundos. Y ésas son las experiencias que perduran en nuestros recuerdos por mucho que el tiempo nos haga olvidar casi todo... pero no esto. Y así ha sucedido para mí con tantos y tan diferentes momentos a lo largo de las ya más de cuarenta Semanas Santas de Cieza vividas. Voy a compartir aquí uno de ellos, uno de tantos en que la viveza de su recuerdo causa la ilusión de que hubiera sucedido ayer mismo, todo lo más el año pasado, pues resulta asombroso descubrir lo nítidas que aún siguen en mi retina las imágenes y la rotundidad con que resuenan en mis oídos los acordes...

Fue uno de los primeros traslados de la Dolorosa. No se me da bien recordar fechas exactas, pero debió ser una de las primeras Semanas Santas del milenio, cuando aún acompañaban los Revoltosos a la Señora en su recorrido por las calles ciezanas el día de su onomástica. La Procesión estaba ya tocando a su fin, y la Dolorosa apuraba el final de la Tercia, cuando el redoble de tambor marcó la entrada para empezar una marcha. Ese momento tan anhelado por los aficionados a la música cofrade, que convierte tu atención al desfile en anhelo expectante por si la próxima marcha resulta ser una de tus favoritas. Empezaron a sonar los primeros compases de "El Evangelista", del maestro Vélez, marcha que cualquier aficionado de la región incluso ya por esas fechas era capaz de reconocer al instante, después de llevar unos diez años interpretándose con frecuencia por nuestras calles, hasta el punto de haberse convertido ya en una de las marchas más características de la Semana Santa ciezana.

En aquél momento sufrí una pequeña decepción, pues tenía mucho interés en poder escuchar la "nueva" marcha del maestro, "Jerusalén", que estaba casi recién estrenada por entonces y apenas la había oído tres o cuatro veces interpretada en una Procesión. "El Evangelista" era una gran marcha, pero en ese momento me apetecía más escuchar "la nueva" del mismo compositor. Ya había oído muchísimas veces "El Evangelista" antes de aquel día, pero sin embargo fue esa interpretación recibida por mí sin especial entusiasmo la que se grabó para siempre en mis recuerdos.

La dulzura del comienzo de la marcha, interpretada con el maravilloso estilo de los Revoltosos, paradigma del excelente nivel de las bandas de Cieza, me fue envolviendo en esa atmósfera que te hace dejar de mirar a los músicos y volver tu rostro para contemplar cómo la melodía es acompasada por el lento mecer de los anderos a su Dolorosa. Mientras el bellísimo trono, aún por entonces con sus árboles de luz al completo, terminaba la calle Santo Cristo doblando hacia la derecha por la calle Cánovas, comenzaba el majestuoso forte de marcha que se alargaba durante el corto trecho de la Imagen por esa calle hasta doblar para coger San Pedro en su camino hacia la Iglesia de La Asunción. Mientras yo avanzaba junto con el cortejo para poder seguir disfrutando del momento mientras alcanzara la partitura de la obra, y dándose la suerte de que en esos cinco minutos de duración de la marcha no fue necesario que los anderos detuvieran su paso, se produjo esa fusión de sentidos y sentimientos que hace desaparecer de tu mente todo lo ajeno que te rodea, dejar de escuchar lo que alguien te pueda estar diciendo a tu lado, y olvidar cualquier preocupación que quizás tienes rondando por tu cabeza. Y sólo se queda la Virgen, la Marcha, y ese rincón de Cieza. Es como si todo despareciera, como si no quedara allí nadie más que tú, y, en efecto, la Procesión en ese momento "pasara sólo para ti". Hasta que el último acorde coincide casi matemáticamente con el golpe en la campana del cabo de andas, cesan al unísono música y lento movimiento del trono, y poco a poco se va deshaciendo el instante mágico mientras uno vuelve a ser consciente de la realidad que se había disuelto durante ese lapso de tiempo.

Ya no sé si es porque en ese recodo, siempre al principio o al final de las procesiones, resulta que la música cofrade resuena particularmente bien. O si simplemente me lo parece precisamente porque este tramo me trae a la memoria esa interpretación concreta de "El Evangelista". Pero lo cierto es que como resultado de ese momento han quedado para siempre grabados en mí un rincón en el que siempre me gusta ver pasar los Santos, un Traslado que todos los años contemplo con un cariño especial, y una marcha que sigue siendo mi favorita de entre todas las que he escuchado. Y aunque es una composición que me gustó desde que la oí por primera vez, no la tuve hasta entonces en tan alta consideración. Se convirtió en algo verdaderamente especial desde ese día, en esa calle, y sonando junto a la Dolorosa.

José Centeno

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