jueves, 3 de marzo de 2016

A la gloria (Miguel Ángel Font) - Basílica de la Asunción

A la gloria (Miguel Ángel Font) - Basílica de la Asunción. Por José María Cámara

Recuerdo nítidamente como hace dos años Viernes Santo por la noche acababa para mí la Semana Santa de 2.014, una Semana Santa que en cierta manera colmaba uno de mis objetivos, y quizás sueño, ser hermano de la Cofradía del Cristo de la Agonía. Ser hermano de esa cofradía, lo soy por su excepcional patrimonio, su tacto y buen gusto amén de serlo por amistad de la verdadera, en esa cofradía tengo grandes amigos que no han dudado en alentarme en momentos difíciles a coger una túnica negra y sentir como “Mektub” rompía la noche del Miércoles Santo, como “A ti Manué iluminaba el alma del cofrade en el Viernes Santo Ciezano o como Virgen de la Piedad” evocaba el final de la semana más esperada del año.

Fue hace dos años cuando tras una serie de trabas de la vida decidí que ya era hora de cambiar el morado Dormi por el negro de la Agonía, era hora de dejar guiones y estandartes y ser andero de Cristo, cirineo de la pasión y andero anónimo, era hora de disfrutar del anonimato que da el gorro de verduguillo que los anderos de la Agonía portamos en todas y cada una de nuestras procesiones. Tras una mañana de Viernes Santo sensacional llena de vivencias y amistad llegó la solemnidad de la noche, llegó el momento que decidí que pondría punto y final a mi Semana Santa desde ese año en adelante, la Procesión del Santo Entierro. En esa procesión la Cofradía del Cristo de la Agonía saca a la calle el magnífico grupo de Capuz, la Virgen de la Piedad, imagen a la cual no le tenía ni mucha ni poca devoción, pero que sin lugar a la duda a partir de aquella noche sería la imagen que más deseo cada año llevar sobre mis hombros.

Aquella noche recuerdo que llegué a la salida con uno de mis padrinos dentro de la hermandad, mi buen amigo Roque Belda, mi guardaespaldas aquel año de estreno, el del Centenario de la Junta de Hermandades Pasionarias por otro lado, recuerdo como me puse a buscar de un lado a otro donde situarme en el trono, situándome finalmente en la segunda vara del centro por la derecha, la vara de la luz, como algunos la llaman, a mi lado derecho un gran compañero como es el Cartero, y al izquierdo más de uno y dos emblemas de la cofradía, ¡casi ná!. Aquel año recuerdo como durante el otoño un hermano de dos Cristos, como dijo aquel pregonero, removió cielo y tierra en busca de las partituras de la adaptación para banda de música de la marcha procesional para agrupación musical A la Gloria, ¡Cuánto te debo amigo! Nunca imaginaria que esa marcha marcaría mi primera Procesión del Santo Entierro, y es que dicha marcha marcó esa noche desde el momento en el que el paso comenzó a caminar bajo las naves de la Basílica de la Asunción, la basílica se quedaba pequeña para los anderos que llevábamos sobre nuestros hombros a la Virgen de la Piedad, mientras la Unión Musical de Agost interpretaba A la Gloría, cuando comenzaron a sonar los bajos y el tambor marcaba el ritmo, mi mente voló y pese al cansancio de una Semana Santa intensa me olvidé de todo y me propuse sentir la pasión de Cristo desde mi posición privilegiada de andero y hermano de la Cofradía del Cristo de la Agonía.

Fue ese el inicio de una bonita noche donde aprendí a sufrir y a la vez disfrutar, donde aprendí que el verdadero sentido de hermandad se encuentra bajo las varas de un trono y en la compañía de personas que hacen todo lo posible para que estés lo mejor posible, fue una noche sensacional que nunca olvidaré y que hizo que a partir de aquel momento mi Semana Santa se pudiera resumir en un momento, la bajada de la Calle Mesones, los últimos metros de mi Semana Santa, últimos metros que aquel año fueron llevados con los compases de la marcha procesional A la Gloria.

Son las 23:30 h del Viernes Santo, todo ha acabado, dejo mi puesto de andero y me dirijo a seguir a mi Madre hasta el Sepulcro en el que se convierte la Basílica de la Asunción. En su recoleta capilla ni un solo día del año se separa de su Hijo amado, mientras recibe y espera las visitas y confesiones de los hermanos de la Agonía, que de nuevo en la noche del Viernes Santo iremos a buscarla para mostrarle a Cieza que no hay amor más grande que el que reflejó Capuz, para gloria eterna de los hermanos del Silencio y la Agonía.

José María Cámara Salmerón



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