viernes, 7 de abril de 2017

Santa María Salomé (José Gómez Villa) - Calle Santo Cristo

Santa María Salomé (José Gómez Villa) – Calle Santo Cristo. Por Antonio Jesús Hernández Alba

La mañana se levanta luminosa, radiante, llena de vida, exultante de alegría, pues Cristo ha resucitado. Es domingo, las calles están semidesiertas a esta temprana hora, el pavimento reluce con la cera acumulada de estos días. El olor a caramelos, tortas de pan dormido y flores perfuma cada rincón del Casco Antiguo. Cieza, poco a poco, se despierta al Día de la Vida Nueva, venciendo el sueño cuaresmal, despertada por los sones de bandas de música que van buscando, por última vez, la Casa de los Santos.
         Por una calle suena “El Ángel Triunfante”, llegan los Dormis, por otra suena “San Juan”, “La Tuna Pasa” por Juego de Bolos, sale la Magdalena, y, en la Placeta del Santo, “Virgen del Amor Hermoso”. La Alegría de Jesús Resucitado invade y colma nuestro alma, los pasodobles restauran nuestras fuerzas, desgastadas de esta Semana, y volvemos a la Esquina del Convento para celebrar el culmen de esta Bendita Locura, lo que hace que Cieza sea Cieza: La Cortesía.
         El Paseo es testigo de nuestros afanes por alargar nuestra pasión, que son las procesiones, bailando los pasos, riendo, cantando, saludando a las esquinas con giros. Los Santos bailan, los caramelos vuelan de Salvador Seguí a Buen Suceso y el Sol, con su luz divina, nos bendice al llegar a la Plaza de España. Sin embargo, al llegar a la Calle Angostos, al volver a las umbrías calles del casco histórico, la alegría se va trocando en nostalgia, pues bien sabemos que, al llegar a Cánovas del Castillo, todo habrá terminado y un año entero restará para volver a vivir tan plenamente.
         Es aquí donde nos encontramos, en la Calle Santo Cristo, prólogo del final, donde los tronos parecen remolonear, intentando retrasar lo inevitable. En años pasados quise hablar de mis experiencias como músico y compositor, también de esos momentos únicos que sin música no serían lo mismo. Esta vez hablaré de mi vida como parte de la Real Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno.
         Resguardado ya el Resucitado en la Casa de los Santos, salgo corriendo hacia la “esquina del cura”, en la calle de la Tercia, pues queda muy poco para que llegue la reina de mi hermandad. Una corte de túnicas negras acompaña a la Madre del Apóstol, su florido trono guarda un lugar en sus varas para un músico que se apresura en cargar con Santa María Salomé. En la calle Santo Cristo, la banda corta y comienzan a sonar los acordes del primer pasodoble que compusiera el maestro Gómez Villa, dedicado a ésta popular Santa. Esta composición, a imagen y semejanza de los pasodobles del Maestro León, tiene un sabor agridulce, entre la alegría de la Pascua y la añoranza de lo que acaba, un tinte nostálgico acorde con esta umbría calle.
         Representa para mí “La Salomé” la banda sonora del último momento, de la última oportunidad de llevar un trono sobre mí, de disfrutar de la Semana Santa junto a mi hermandad. Aunque disfruto sobremanera como músico, tocando con mi banda, echo de menos el tacto del terciopelo, el calor del relevo, el frío metal del báculo, férreo sostén en las tardías horas de penitencia y el dulzor del caramelo al dárselo a ese niño que, con carica ilusionada, cierra su mano infantil en torno al sencillo presente.
         No cambiaría mi faceta de músico por nada, vivir la Semana Santa tras los pasos, solemnizando los desfiles con la música, es una de las más grandes experiencias que he vivido y, probablemente, jamás viviré. No obstante, siempre queda ese sentimiento de añoranza por lo que podría haber sido y no fue, y por una semana que ya se acaba, un sentimiento que se aviva cada vez que, en la Calle Santo Cristo, un Domingo de Resurrección suena “La Salomé”.

Antonio Jesús Hernández Alba