jueves, 18 de febrero de 2016

La Madrugá (Abel Moreno) - Calle del Cid

La Madrugá (Abel Moreno) - Calle del Cid. Por Sánchez Balsalobre

Al fin termina la cuenta atrás pero a la vez comienza la nueva. Han pasado muchos días del anterior Lunes Santo, mi lunes, el lunes de sangre, el lunes de azul y rojo, un lunes más pero no un lunes cualquiera, otro lunes Santo, otro lunes de sangre.

Sólo unos minutos restan para que volvamos a rezarte, a mirarte, a disfrutarte, a contemplar como los ojos emocionados de los que te admiran se iluminan a tu paso, como nuestros ojos se humedecen cuando la música se funde con nuestro balanceo al portarte, al llevarte al reencuentro con los tuyos.

Todo está listo pero siempre queda esa extraña sensación de que falta algo, de que nos olvidamos de aquel pequeño detalle para que ese paseo por tus calles sea igual de especial que el año anterior, el del próximo año o el de tu primer Lunes Santo.

Al entrar en el templo nos recibes en tu capilla, calmado, tranquilo, tus hijos vienen a tu encuentro. En unos instantes todo comienza y nuestros nervios aumentan. Todo tiene que estar preparado, todos en nuestros sitios y las campanas de tu Casa nos avisan de que todo está a punto de comenzar.
El estandarte de la Junta de Hermandades abre camino. Con paso firme y sosegado el de tu hermandad lo escolta y la procesión no ha hecho más comenzar.
En ese momento, nuestro hombro siente tu abrazo, los sentimientos aumentan, la música suena y nosotros comenzamos a disfrutar el momento. 365 días, ¡qué largo!, 8.760 horas, 525.600 minutos, toda una eternidad, pero ya ha llegado, ya estamos contigo.

Tras la primera estación, dejamos atrás los murmullos de la gente en la Plaza Mayor, los nervios de que todo esté en su sitio…
Nos adentramos en la calle El Cid, su estrechez y acogimiento se hace latente, solo el brazo del compañero apoyado en tu hombro hace que nos demos cuenta de que no estamos solos.

Tras el redoble del tambor, comienzan a escucharse los primeros acordes de una marcha fúnebre que no deja indiferente; de pronto, un replique de campana que nos evoca a una iglesia y, a continuación, una melodía que nos atrapa introduciéndose en nuestros corazones y haciéndonos, más si cabe, patente de la conexión  y fusión de todos los anderos con el Señor.

Después de tan dulce y suave melodía se escucha el estruendo, toda la banda musical acompaña al saxo, es cuando se produce el milagro, de repente, no somos conscientes del anda, todo se para, nos encontramos flotando en una nube, acompasados, emocionados.
El mecer del trono se funde a cada una de las notas de música y, a continuación, se cruzan el clarinete y el saxo alto, es cuando el tiempo se detiene, el trono no avanza, como si ninguno quisiésemos que acabara nunca esa noche, queriendo estar siempre unidos a él, recogiendo una a una cada gota de dolor, dulzura y sangre.

Toda la banda se une, con cada golpe de timbal y el coro de trompetas nos hace recobrar de nuevo la marcha, pero muy poquito a poco, muy despacio, lentamente sumergiendo todos nuestros sentidos en el momento más álgido de la marcha. En ese instante, cuando nuestros sentidos permanecen aturdidos y emocionados por la melodía, el badal golpea fuerte la campana,  la  llamada a todos los anderos hace detener el paso y la cadencia armoniosa del trono, un segundo golpe de campana, nos invita a posar despacito la canastilla en el adoquín manchado de cera roja, como si de la misma sangre derramada por Cristo se tratara.

Su sangre, la sangre de otro Lunes Santo, su Lunes Santo. Azul y rojo, incienso, emociones, melodía y no una más, la de La madruga que sirve de binomio perfecto entre nuestro Cristo y su Ángel. Entre su dolor y nuestra pena. Suenan las campanas y ya solo quedan 365 días para un nuevo reencuentro.

Abel Moreno, Gracias.


Sánchez  Balsalobre.


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