Aria en Re Mayor BWV1068 (Johann Sebastian Bach) – Plaza Mayor y Capilla del Santísimo Cristo de la Agonía. Por Antonio Jesús Hernández Alba
Jueves Santo. Es Jueves Santo, Noche de las noches. Las calles,
aun perfumadas en místicos aromas de un manto florecido de esperanza, nos
atraen irremediablemente hacia la Plaza Mayor, hacia la Iglesia, hacia una
capilla donde, entre un bosque de terciopelo negro, se alza un madero con ramas
de espinas y flores de sangre y agonía. Súbitamente, toda luz se apaga, excepto
la del Sagrario, único foco en esta noche de oración y penumbra.
Vuelven nuestros ojos a la Capilla en que una luz mortecina nace
al son de doce campanadas que anuncian un largo día de penitencia. Arrullado
por los dolientes violines, el Santísimo Cristo de la Agonía sale al encuentro
de todo fiel que en su faz atormentada busca el alivio de sus tormentos.
Acalla su paso todo murmullo salvo el del viento, entremezclado
con una saeta, un coro, un poema, una oración; trenzándose todas ellas con las
obras de Albinoni, Mozart y Gómez Villa, recorriendo junto a ellas la oscuridad
de un Casco Antiguo donde la única luz es un Dios que muere.
Cid, Larga y Mesones, en vuestros oscuros senos acogéis adagios que rozan el corazón con sus tristes tonos menores y dolientes. Sin embargo, cuando la calle de la Hoz no es más que un recuerdo en la oscuridad de la memoria, nace como un susurro del viento un acorde mayor, lleno de vida y esperanza. La Plaza, apenas un segundo antes burbujeante en quedas conversaciones, se silencia al son de tan bellas notas. Es el genio de Bach, que vuelve con su Suite número 3 para honrar a nuestro Cristo, para cerrar su Silencio cada Jueves Santo. Los nazarenos se arrodillan, la cera se inclina fundiendo una alfombra de blancura para un Cristo que se mece entre violines y violas dirigidos esta noche por el mismo Bach, de la mano del Dios Altísimo. No se detienen ni un solo segundo. Jesús de la Agonía avanza imperturbable hacia un portón tan oscuro y gélido como el mismo sepulcro mientras la música le brinda la Esperanza. No se gira al rozar los peldaños, no vacila al cruzar el arco. Hasta el alma más fría sangra esta noche de dolor y emoción ante tan mística escena y tan hermosas melodías.
Desde aquel
primer Jueves Santo, hace ya cinco años, que contemplé tal belleza, mis ojos
apenas pueden contener las lágrimas al son del Aria de Bach, recordando una
noche eterna en la memoria, apenas un suspiro en el tiempo, toda una vida en la
eternidad.
Y es Jueves Santo
Que al Amor la Vida muere
Y es Jueves Santo
que la Vida con Amor
a la Muerte vence
y es Jueves Santo
Agonía y Sufrimiento
Y es Jueves Santo
Gozo en las Lágrimas
Luz en los tormentos
Sol que en la noche se alza
Noche que en la Vida se apaga
Adagio que muere en un Aria
Cruz que en Vida se apaga
Jueves Santo
Antonio Jesús Hernández
Tanto es que la misma música que esa noche se pierde en la
capilla, versos como estos es capaz de inspirarme. Esperad, que volveremos a
vernos cuando el Aria de Bach resuene en los mármoles del Cristo de la Agonía.
"Te espero, y siempre te esperaré,
Con un nuevo Jueves Santo para regalarte.
¡Mi Cristo de la Agonía!"
A Mi Cristo de la Agonía
Poemario: A Cieza, Por su Semana Santa
Antonio Jesús Hernández
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