viernes, 21 de marzo de 2014

Getsemaní (Ricardo Dorado) - Calle Cánovas del Castillo

Getsemaní- Calle Cánovas del Castillo por Almudena Gómez Hortelano

Son muchas las marchas y los momentos que 'nos tocan la fibra'. Después de tantos años, una se da cuenta de que la música se ha convertido en su vida. Algunos tenemos la suerte de vivir cada nota, cada acorde, y sentir cómo recorre nuestro interior, desde el dedo gordo del pie hasta el último pelo de la cabeza, como si cada segundo fuese un minuto, como si el tiempo se detuviese, o se ralentizase, para que el sentimiento sea mayor. Esta vivencia de la que hablo me pasa a mí, personalmente, con cualquier música de calidad que llegue a mis oídos, pero claro está que si hay que destacar algún aspecto de las marchas fúnebres y/o de procesión, ese será, bajo mi punto de vista, el enorme sentimiento que despiertan.
No sé si podría hablar de una marcha favorita, pero siempre hay alguna que ocupa un lugar privilegiado en el ranking personal de cada uno. A veces puede tener una explicación lógica, como la relación con algún ser querido o algún lugar clave, como en el caso de la entrada anterior de Paquita y Toñi de Santo Traslado en la calle Diego Tortosa. En mi caso, la marcha sobre la que voy a escribir ('Getsemaní', de Ricardo Dorado) y la calle con la que la relaciono (calle Cánovas del Castillo), no guardan nada de especial, pero fue un momento de esos en los que la sensibilidad aflora más de la cuenta, y el sentimiento vivido al escuchar una pieza así es más fuerte de lo normal.
Fue una mañana de Viernes Santo, cuando todavía tocábamos detrás de algún trono que salía de la cochera de los santos. El ambiente que se respiraba en la calle de la cochera mientras esperábamos para salir era agradable; músicos de distintas bandas, las calles llenas de instrumentos, los unos viendo desfilar a los otros, con sana admiración. Pues bien, esa mañana, cuando acabábamos de salir, dirección a la confitería de 'La cañeta', justo a la altura del cruce con la calle Santo Cristo, estuvimos parados un buen rato, y Paco, nuestro director, decidió que interpretásemos una marcha que estábamos mucho tiempo sin sacar de las carpetas, de hecho yo ya llevaba bastantes años en la banda y nunca la había escuchado. Esa marcha era 'Getsemaní'. En los casi 9 minutos que dura, no nos movimos del sitio. Los anderos nos escuchaban apoyados en las varas y un 'chorro' de músicos de otras agrupaciones iban llegando a la iglesia y a la cochera para esperar a que saliera el trono al que tenían que acompañar. Yo, al estar parados y en un sitio en el que todavía no hay mucha formalidad en el desfile, por decirlo de alguna manera, puesto que se acaba de iniciar el recorrido, me permitía el lujo de girarme para así poder ver a todos mis compañeros formados tocando aquella 'cosa' maravillosa, lo cual me removía todavía más. Fue ese momento, el conjunto de lo visual y lo auditivo, esa situación, una de las que más se quedó grabada en mi interior, hasta el punto de que cada vez que escucho esta marcha, que son muchas, parece que siento en mi cara el aire agradable de primavera que corría esa mañana de Viernes Santo, en esa esquina, con esos músicos yendo y viniendo, esos anderos mirando... En ese momento descubrí una marcha que se convirtió en una de las que más sentimiento despiertan en mí, una marcha que comparto en admiración con mi gran amigo Pablo Penalva, y sobre la que siempre hablamos cuando se acerca este momento del año.
No soy una persona practicante, tampoco creyente, no tengo la suerte de tener esa fe a la que algunos se agarran en los momentos más difíciles, pero lo que sí tengo claro es que, independientemente del sentido religioso, adoro la Semana Santa. Las calles cobran vida, cada esquina suena, y dos de las grandes artes, música y escultura, se unen para convertir el lugar en un museo vivo con banda sonora completa que hacen de esa semana una semana mágica.

Almudena Gómez Hortelano

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