martes, 25 de marzo de 2014

La Cruz de doble brazo (Ignacio Sánchez Navarro) - Calle Larga

La Cruz de doble brazo (Ignacio Sánchez Navarro) - Calle Larga por Antonio Jesús Hernández Alba

Muchas son las marchas y muchos los recuerdos de esas Semanas Santa que ya se difuminaron en el tiempo. Podría hablar de cómo, cuando solo era un niño, la imponente melodía del Himno Nacional me lanzaba de un salto al balcón, que da a la calle Cánovas del Castillo, para comprobar qué “santo” salía o entraba. Podría hablar de cómo a cualquier ciezano se le ensancha el corazón y la emoción le recorre la cara cuando de la calle San Sebastián se escapa el solo de Semana Santa Ciezana; o cómo, al llegar a las Claras, el Adagio de Albinoni mece la silueta del Cristo de la Agonía en el más absoluto recogimiento.

No, hoy mis palabras quieren describir un momento que, realmente, me ha marcado como procesionista y músico ciezano. Para encontrarlo en mi memoria he de remontarme hasta la noche del Miércoles Santo de 2009, fecha en la cual acompañé como músico al Santo Cristo por primera vez. Es cerca de la una de la madrugada cuando la adorada Imagen franquea la calle larga y la Banda de la Escuela de Música, mi banda, a la señal de la caja, comienza a emitir las notas de una sutil melodía que, cada año, el genio musical de Ignacio Sánchez Navarro nos regala. Estoy hablando de “La Cruz de Doble Brazo”, una marcha cuyo inicio es apenas un susurro de clarinetes que pronto desemboca en un crescendo, creando así un clima perfecto para la oración. Poco a poco, sus notas van tejiendo una melodía y una armonía tales que parece que la propia música llorara, mientras que el Santo Cristo se mece en el estrecho y poco iluminado principio de la calle. Cieza entera contiene el aliento expectante, la dorada cruz parece que quiere acariciar las añejas paredes, mas nunca las roza. Una mano aparece en una ventana, acariciando la ensangrentada mano del Señor, fundiéndose con ella en un abrazo temporal. Es en ese preciso instante en el que el tiempo parece detenerse. El silencio, apenas roto con los delicados acordes de esta gran obra, se mezcla con la dolorosa luz de las tulipas y el suave vaivén del sudario. Acaso sea por la música, acaso por la presencia del Cristo y sus tres ángeles, acaso por el fervoroso ambiente, pero nadie, semanasantero o no, queda indiferente a este momento.

Mi alma retuvo cada detalle de aquel día, de aquello minutos en los que solo existían el Cristo y la Música, y los grabó en lo más profundo de mi memoria junto con el recuerdo de mi abuelo, en aquel entonces herido por una enfermedad de la que no se recuperaría. Esa noche entoné una silenciosa oración hacia los cielos mientras esa música me envolvía de tal manera que casi podía palparla.
Desde entonces, cada año espero fervientemente reencontrarme con el Cristo del Consuelo al llegar a la calle larga y tocarle la Cruz de Doble Brazo mientras avanza lentamente hacia la Esquina del Convento. Quiero revivir ese momento en el que incluso el viento se calla y la luz lunar parece apagarse, dejando solo el resplandor rojizo del Santo Cristo del Consuelo. Incluso ahora, mientras escribo estas líneas, cierro los ojos y siento el frío de la noche en mi piel, veo la florecida cruz deslizarse a un lado y a otro y siento que la garganta se me anuda y las lágrimas cristalizan mis ojos.
El recuerdo de Higinio Alba, aquel que me instruyo (junto a mis padres) en la Fe y en el amor a la música, está presente cada noche de Miércoles y Viernes Santo mientras las últimas dulces notas se funden con el silencio de la calle larga al alejarse por ella.

Antonio Jesús Hernández Alba

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