jueves, 3 de abril de 2014

Adagio de Albinoni (Remo Giazotto) - Calle Cadenas

Adagio de Albinoni (Remo Giazotto) - Calle Cadenas. Por Samuel Buitrago Rodríguez

Cierto es que no soy músico, y mi experiencia no va más allá del inicio de la saeta con la flauta dulce(algo es algo), pero no menos cierto es que considero a la música una parte fundamental de mí, que me ayuda a evadirme en momentos de angustia, y a encontrarme ante la inmensidad, que me calma cuando todo es negro y me acompaña en horas de soledad. Si empezase a hablar de instantes mágicos en la Semana Santa tal vez me tomarían por loco; “la madrugá” en la calle Angostos durante la eterna noche de Viernes de Dolores, “al señor de Sevilla” cuando aparece en el pórtico de la Asunción el Santísimo Cristo de la Sangre llegado el Lunes Santo, el solo de “a ti manué” tras el Cristo de la sed una radiante y soleada mañana de Viernes en el repleto ciezanísimo Paseo… Demasiados que contar, y algunos que por entrañable egoísmo deseo guardar.

Sin embargo, no les voy a hablar de una marcha; el compositor de esta pieza jamás imaginaría que melodías salidas de su corazón, tomando después forma con suaves notas en su cabeza, darían personalidad y formarían a su vez una conjunción perfecta con la noche de las noches para los ciezanos que sentimos dentro la magia de las procesiones. Es madrugada de Viernes Santo, y en la distancia, la torre de la Basílica de Nuestra Señora de la Asunción reclama la presencia de un cristo agonizante que nunca muere; tres campanadas, una por cada uno de los clavos que desde hace mucho le sostienen sobre una muerte anunciada, y a pesar de todo, en la calle Cadenas apagada, sigue alumbrando vidas tan solo con su mirada. Son pocos los que quedan en el tramo final de la carrera, y es allí donde se mantienen las conversaciones más profundas, precisamente en el silencio de la intimidad…
Qué solos estamos, señor, entre tanta gente.
Y es allí donde suena, donde el cansancio no supera a las ganas, donde el silencio y la oscuridad ofrecen una verdad que solo rompen los cuatro faroles de plata que alumbran al Santísimo Cristo de la Agonía con tibia luz, y donde le acompañan endulzando sus anhelos los violines que interpretan el Adagio de Albinoni. Yo le espero donde siempre, en aquella esquina que cruza con Calle Empedrá, apoyado en la pared cansado tras haberle cargado junto a mis miedos y mis dudas, y otro año más, qué rápido pasa por mi lado, que en un suspiro, antes de parar el tiempo, ya se ha marchado.

Esta pieza se repite en varios puntos durante el recorrido, pero cobra mayor dramatismo si cabe precisamente allí, en la Calle Cadenas, dónde los hermanos de la Hermandad disfrutamos la procesión un poquito más, porque todo ha salido bien, y la tranquilidad aflora de nuestros inquietos corazones. Salí por primera vez como nazareno en esa procesión en el año 2007, después de verla desde el asombro de la infancia durante muchos años, para al siguiente, 2008, disfrutarla como andero, y hasta hoy. Siempre he tenido la suerte de tenerle cerca, y si incomparable es la procesión, incomparable es llevarlo sobre tus hombros con el Adagio. No me avergüenza reconocer que he llorado en esta procesión y en otras muchas, de alegría por todo lo sucedido, y de dolor porque se pasa tan rápido como se pasa lo intensamente vivido. La Semana Santa está llena de momentos mágicos que compartir, y espero que tengáis la oportunidad de disfrutarla y de vivirla, mínimo, tan intensamente como yo.
Un abrazo.

Samuel Buitrago Rodríguez

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