jueves, 10 de abril de 2014

El Cristo del Perdón (José Gómez Villa) - Calle del Barco, curva con Calle Cánovas del Castillo

El Cristo del Perdón (José Gómez Villa) - Calle del Barco, curva con Calle Cánovas del Castillo. Por Juan Fernández Saorín

Escuchando de fondo la marcha para la cual escribo estas sencillas líneas me adentro en las emociones y sentimientos que afloran desde lo más profundo del alma de un andero del Cristo del Perdón. Es para nosotros, sin duda, mientras suena “El Cristo del Perdón” y con Él sobre nuestros hombros, de esos momentos álgidos de nuestro desfile que nos ayudan a sobreponernos del esfuerzo que estamos realizando.

Uno de esos momentos culminantes por evidente resulta ser aquel en el que esta fantástica marcha fúnebre adquiere su condición en sentido estricto sonando en la calle del Barco como epílogo a un desfile procesional que ya es moribundo, que agoniza irremediablemente a nuestros pies, es decir, una marcha fúnebre que suena portando a un crucificado muerto en un momento en el que el trayecto también muere. Es un trozo del camino en el que exprimimos al máximo cada una de sus tristes notas, que son más tristes que nunca, más luctuosas que nunca, que en no pocas ocasiones son compartidas por la curva con Cánovas del Castillo, siempre maniobrada de forma magistral.

Comienzan a resonar sus notas en la estrechez de una calle destinada a convertirse en tránsito de dolientes, un dolor que se hace más intenso en la noche del Viernes Santo: son los últimos momentos del Cristo del Perdón en las calles de Cieza por ese año; y para sus anderos es triste y doloroso que su desfile esté llegando a su fin. La tristeza que siente el andero la convierte en una calle lúgubre posiblemente ponderada por la tenue intensidad lumínica, y tal vez por esa circunstancia se convierte, aun tratándose del último tramo de procesión, en una calle de amplia “vocación” nazarena. Sí, porque parece que fue creada para soportar ese lastre, parece que fue creada para soportar las penas y los lamentos de los anderos, que quisieran que nunca acabase, que fuese infinita, aún con esa ligera pendiente que pica hacia arriba, y en la que sus anderos buscan una recreación en su paso que suena a despedida.

¡Ay!¡Que tristeza más grande nos embarga! Con esa marcha comenzamos a enterrar a nuestro cristo y en el imaginario personal de cada uno siempre quedarán esos momentos irrepetibles, vividos siempre de forma diferente, pero fustigados por el tormento que supone el no poder evitar que se acaben, el no ser capaces de parar el tiempo para que ese dramático crucificado siga sobre nosotros, sobre nuestros hombros.

Los diferentes instrumentos lloran con desazón y congoja y dejan caer con angustia las últimas notas de “El Cristo del Perdón” sobre el frío adoquín en nuestro tránsito apesadumbrado hacia la ya cercana Casa de los Santos.
La calle del Barco ya queda atrás, otras cofradías con sus nazarenos, sus manolas, sus lloronas o sus pasos la irán ocupando, pero, es Viernes Santo y ya no volverá a pasar por la calle del Barco el Cristo del Perdón mientras suena su marcha…

Juan Fdez. Saorín

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